Una formación a conciencia

Nadie nace aprendido, dice el dicho popular, y por lo tanto, la formación es indispensable. Formación no es sinónimo de educación universitaria, pues esta puede adquirirse por experiencia ajena, de manera autodidacta, o empíricamente. Su mayor crimen consiste en ignorarla, serle indiferente, despreciarla.

Es por ello que hoy quiero hacer un llamado a concienciar sobre la realidad que como docentes, pasivos o activos, de educación religiosa vivimos. Deseo poner en manifiesto cuatro puntos esenciales, en donde despreciamos el notable valor de nuestra formación académica.


Desinterés por los estudios

Siempre hay, cualquiera que sean las razones, alguien con falta de interés por sus estudios. No importa la universidad o la carrera. Es el típico estudiante que opera bajo la ley del mínimo esfuerzo.
Mi tiempo en la U católica ha sido corto. Aún así, he presenciado casos que me han dejado con mucho que desear. Recuerdo una compañera, a la cual la admiro por su amor sincero a la educación religiosa, decirme que sólo había leído los libros de la Biblia que el MEP exigía. ¡Maldita conformidad: la Sagrada Escritura se convirtió en una obligación curricular!
Con otra compañera me ocurrió una situación parecida. Sin embargo, esta se constituyó en el colmo de los colmos por el descaro de su respuesta. Le enseñe un libro de un curso, el cual hablaba sobre el Evangelio de san Mateo. Ella sin conocer su contenido, sencillamente me expreso: “¿Y eso a mí de qué me sirve?” Me pregunto yo, ¿este es el tipo de docentes que queremos ser? Supongo que cuando sus estudiantes le cuestionen a ella, de qué les sirve la clase religión, no sabrá dar una respuesta.
Si esto es así con la Biblia, los libros y las lecturas asignadas en los cursos, ¿puedo esperar iniciativa propia a ahondar nuestros conocimientos? Dudo mucho que alguien resignado a dar lo menos de sí al estudio, sin coacción alguna decida leer más de lo que se le pide. Aunque sea lo más reciente de Benedicto XVI.
Ya para concluir este punto, a nadie le es desconocido que muchos de nuestros compañeros, evaden asistir a las charlas realizadas por nuestra hermosa Cátedra. Con razón Sócrates decía que la ignorancia es el origen de todos los males. De continuar así llenaremos de males a nuestra Santa Iglesia.


Copias y fraudes

Lo he presenciado en esta y mi anterior universidad (UELD). Me refiero a copias y fraudes en trabajos asignados en los diversos cursos. Pero aclaro, en la U católica sólo lo he sabido de gente de otras carreras, no de Religión, Teología, o FAP. A pesar de esto, mi fundamento de crítica se basa en el testimonio de profesores y de la misma directora de la Escuela de Ciencias Teológicas, M. sc. Grace Ulate. Es triste saber que hay quienes creen poder engañar a los impartidores de los cursos. Aún cuando no fueren hallados in fraganti, los engañados son ellos mismos.


Ignorancia de los fundamentos teológicos básicos

Permítanme volver a citar a este gran filósofo, con una de sus conocidas frases: “Sólo sé que no sé nada.” Esto parece aplicarse muy bien a muchos de nosotros. Pero no seamos tan duros, no podemos pretender que quienes están llevando sus primeros cursos, sepan todo de la noche a la mañana. Pero si debe ser conocido por aquellos que han estado varios años en la Universidad, más aún si ya han matriculado las materias primordiales y necesarias, para conocer las bases de la teología católica. ¿Cómo es posible que alguien avanzado en la carrera crea en mitos, como que la Tierra la hizo Dios en 7 días o que llovió mucho y todo se inundó? ¿Cómo es posible que habiendo llevado los cursos de Sagrada Escritura, se desconozcan las razones por las cuales nuestro canon es el que es? ¿Es admisible ignorar cuáles son y qué dicen los principios de la Doctrina Social de la Iglesia, incluso después de haber aprobado esta materia?


Conclusión

Evitemos ser del montón, conformándonos con el promedio. Busquemos cada día estar mejor preparados. Quién nos ha llamado no es el MEP, es Cristo Jesús, y para Él trabajamos.
Al que mucho se le da, mucho se le exige (Lc 12, 48). Dios nos ha dado mucho, sepamos aprovecharlo, porque Jesucristo nos ha confiado una hermosa vocación, ser educadores de su Verdad. ¡Ánimo! No somos perfectos, pero si perfectibles. Tengamos en alta estima nuestra labor, pues no hay nada más bello que servir a los demás y dar a conocer el Amor del Dios Trino y Uno.


Mariano O. Murillo Cedeño
Lunes 22 de febrero de 2010

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